Para Pilar y Ramiro, que soportaron una guerra, un exilio, y están enterrados lejos del país que los vio nacer.
Para este 2025, me voy a dar la licencia de contar una historia personal que no tiene nada que ver con el cáncer y que simplemente ejemplifica cómo en ciertos momentos, uno puede “ver todo y no ver nada”.
En el verano de 1986, yo era un adolescente fanático del futbol. México 86 estaba por iniciar, por lo que nada podía ser mejor que estar de vacaciones, un mundial en tu país y tener boletos. En aquellos años, no existía el internet, las redes sociales o los teléfonos celulares; la televisión satelital o por cable era limitada y las computadoras personales eran prácticamente inexistentes. Esto hacía que el tiempo “fuera más lento”, pero permitía observar cosas que hoy día se pierden en medio de las redes sociales, el internet y la inmediatez de todo.
Historia uno
Uno de mis grandes amigos, hijo de exiliados españoles, me invitó a varios partidos de la selección española durante el Mundial. Recuerdo los cientos de kilómetros de carretera que separan a la Ciudad de México de Guadalajara, Monterrey o Querétaro, parecía una peregrinación interminable, decenas de miles de exiliados o hijos de exiliados en una especie de “encuentro con el pasado”, formaron filas kilométricas en la carretera.
Habían pasado muchas décadas para el exilio español en México, la imposibilidad de viajar a Europa y la nostalgia fueron un catalizador para aquellos que acudieron a los estadios a ver jugar a la selección española, era una “catarsis” que habían esperado toda una vida, lo único que tenían eran los recuerdos, algunas cartas y quizás algunas fotos en blanco y negro en las que era evidente el paso de los años y que solo eran reminiscencias de un pasado y un país que ya no existía. De esos momentos, mis recuerdos no están ligados a los partidos a los goles o la inesperada goleada ante Dinamarca; recuerdo más esa sensación de los exiliados de decir: “acá estamos, seguimos existiendo”, la de los hijos de exiliados nacido en México encontrando “un pasado perdido” o ver las lágrimas del papá de mi amigo más por reencontrarse con un pasado perdido décadas atrás que por un partido de futbol. El triunfo de España contra Dinamarca quizás fue el punto de mayor catarsis, en el mayor momento del éxtasis y al calor del alcohol, muchas personas juraron que regresarían a España y es ahí donde escuché una de las frases de la mamá de mi amigo que más me quedaron marcadas; cuando le pregunté si quería regresar a España, me dijo: “un exilio es más que suficiente, dos son demasiado”. Cualquiera que revise un video de un partido de España durante el Mundial del 86 y vea que toda la grada está pintada de rojo, está viendo, en su gran mayoría, a los exiliados españoles e hijos de exiliados en México en busca de origen e identidad. En esos partidos y esos momentos, más que ver futbol, vi cosas que quizás otros no prestaron atención, en pocas palabras, vi todo y no vi nada.
Historia dos
Probablemente el partido que más se recuerda del mundial fue el de Argentina contra Inglaterra, y sí, yo estuve en ese encuentro, en el famoso partido de “la mano de Dios” o “el mejor gol de todos los mundiales”. Mi hermano, unos amigos y yo llegamos con suficiente tiempo al partido, el estadio Azteca, una de las catedrales del futbol, pletórico e incólume como siempre, imponía; las personas mayores recordaban que en ese pasto, Pelé y el mítico Brasil del 1970 se coronó o que Franz Beckenbauer había jugado el partido del siglo con un hombro dislocado. Recordemos que no había pantallas en los estadios, no existía el internet o los teléfonos inteligentes por lo que si uno perdía algún momento del partido era imposible revisar lo sucedido tal y como puede suceder actualmente.
El ambiente estaba enrarecido, se podía “cortar el aire con la mano”, ese día en la cancha había más que solo 22 jugadores y una pelota. La sensación entre los asistentes estaba dominada por dos eventos históricos. El primero, el que la mayoría tenía en mente, era el conflicto de las Malvinas que estaba a flor de piel. El segundo, era un evento estrictamente local y que difícilmente se podía percibir, pensar o entender fuera del país; muchos de los que estaban en el estadio lo podían sentir, desde finales de los setentas y principios de los ochentas, una gran cantidad de argentinos se habían exiliado voluntaria o involuntariamente en México, la junta militar “obligó” a muchos a dejar su país, ellos, al igual que los españoles, acudían no solo a ver un partido o con la memoria de Las Malvinas, acudían también en busca de reencontrar origen y pasado.
El primer tiempo pasó sin goles; el segundo tiempo fue el que quedó grabado en la mente de la mayoría de las personas. Yo estaba sentado prácticamente a nivel de media cancha, la portería de Inglaterra quedaba a mi izquierda tal y como se podía ver en la transmisión de televisión. El ambiente era extremadamente tenso y asfixiante, el estadio era como una caldera sin válvula de escape a punto de estallar. A unos minutos del segundo tiempo, Olarticoechea toma la pelota, lo puedo ver a solo unos metros, casi de frente mientras arranca hacia la portería de Inglaterra y cede la pelota a Maradona, segundos después a lo lejos veo el gol de “la mano de Dios”; el Azteca se cimbra en un grito catártico, volteo a mi alrededor y veo lágrimas, no es por el gol en sí mismo o por el futbol; es por las Malvinas, por el crucero Belgrano, por los que no regresaron y por los exiliados, es un momento de éxtasis y redención. Unos minutos después, nuevamente, veo a Maradona al centro de la cancha, se quita a dos ingleses e inicia una carrera de 10-12 segundos, fue un suspiro que culminara en lo que algunos consideran el mejor gol de todos los mundiales, es un momento apoteósico en el estadio Azteca, el futbol es una banalidad, pero la felicidad es inconmensurable, finalmente se liberan fantasmas del pasado.
Años después, España y Argentina serían campeones del mundo; sin embargo, difícilmente se repetirán las circunstancias que sucedieron alrededor de cada partido en ese mundial. A casi 40 años de ese Mundial, mi recuerdo de los goles está más influenciado por los videos o programas de televisión que por lo que mis ojos vieron desde la grada, en pocas palabras, recuerdo más lo que sucedió fuera de la cancha que lo que sucedió en la cancha. En mi mente, permanecen inalterados esos momentos y visiones de aquellos que hicieron catarsis más allá de un evento deportivo.
Esos días, vi todo y no vi nada.
Dr. Fernando Aldaco Sarvide
Oncólogo Médico
Ciudad de México, México
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