Recientemente una amiga me comentó su experiencia a lo largo de los últimos meses acompañando a un familiar con cáncer a uno de los centros oncológicos más importantes del país. Habló de la angustiosa espera antes de ver al médico tratante o lo que podía ser peor, contar los minutos en espera de conocer los resultados de estudios solicitados en la cita previa. Describió el “aire que se respira en la sala de espera” como una mezcla desgastante de esperanza e infortunio, habló de la frecuente sensación avasallante de miedo y desesperanza que permeaba en cuestión de segundos en toda la sala en cada momento que se le informaba a un paciente que el tratamiento había fallado, pero también habló de la renovación de la esperanza cuando se escucha que un paciente está curado. Le parecía inexplicable e inhumana la eterna y desgastante burocracia tanto de la medicina pública como privada (aseguradoras privadas) con personas indiferentes ante un problema de las dimensiones del cáncer, habló de médicos en la consulta pública indiferentes y poco empáticos, pero igual de médicos de la medicina privada que estaban más preocupados por obtener una ganancia que en ayudarlas en su enfermedad. Le parecía que algunos médicos se comportaban más como si fueran “estrella de los medios” y le llamaba poderosamente la atención la forma en que muchos médicos utilizaban las redes sociales como si fueran una versión moderna de los anuncios de médicos o profesionales de la salud en la vía pública o televisión en los EE. UU. previo a la aparición del internet.
Ella tenía claro que no podía generalizar, durante el largo trayecto su familiar y ella estuvieron con muchos profesionales de la salud ejemplares, de hecho le parecían admirables todos los años de sacrificio y trabajo por los que tenía que pasar un oncólogo para obtener el grado y, como siempre en la vida, había de todo. Pensaba que el hecho de que los oncólogos trabajamos con una enfermedad donde la vida está en riesgo hacía que perdiéramos el valor de todo lo demás (“qué puede ser más importante que la vida”, “fuera de eso, todo parece banal, aunque no lo sea”).
Independientemente de si la visión de mi amiga es real o alterada, es evidente que vivimos tiempos difíciles para la práctica clínica de la medicina; la saturación de los servicios, las dificultades para solventar un tratamiento, la complejidad de los nuevos tratamientos, el acceso a la información en internet que no puede ser interpretada correctamente por los no oncólogos, el peso del cáncer como enfermedad, el burnout, las cada vez más frecuentes presiones o “chantajes” legales y todo un carrusel de presiones han limitado la práctica de la oncología. Los problemas son estructurales, operativos y humanos, si no se resuelven de forma conjunta será imposible mejorar la atención de las personas con cáncer. Creer que el problema se resolverá si nos centramos solo en el médico, es un error, lo que vemos es un sistema que funciona con lo que tiene, no es un asunto de voluntad, en realidad, los médicos están siendo sometidos a una brutal presión que menoscaba la salud mental de cada uno de ellos.
Lo que está en crisis no es un hospital, no es un grupo de médicos, no es el acceso a medicamentos, no es la atención de los pacientes; lo que está en crisis es todo, son los pacientes, el sistema de salud y las personas que laboran en él. Independientemente de esta crisis, todos los médicos deberíamos ser respetuosos y empáticos con los pacientes, eso es lo mínimo con lo que podríamos empezar (abajo dejo un enlace acerca de los pacientes, nosotros los oncólogos y las presiones de la práctica clínica).
Al final, mi amiga me dijo una frase que me parece que nos debería hacer reflexionar y movernos a hacer todo lo necesario para cambiar lo que se tenga que cambiar: “en el hospital el ambiente es deprimente, siento como si fuera la antesala de la muerte”.
Link: https://medicalxpress.com/news/2022-08-years-treatment-stage-cancer-words.html
Dr. Fernando Aldaco Sarvide
Oncólogo Médico
Ciudad de México, México
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