El año académico de las especialidades o subespecialidades en el país inicia el primero de marzo de cada año, esa es la fecha oficial para el inicio de la residencia en las diferentes especialidades o el cambio de año de los residentes que ya están cursando una especialidad. Año con año, desde hace muchas décadas, este proceso se repite de forma metafórica, como si se tratara de una caminata infinita en los círculos de una noria. Residentes buenos o malos van y vienen cada año mientras los procesos se realizan casi de forma automática, esperando que cada generación sea mejor que la anterior.
Lamentablemente, en algunos centros hospitalarios los residentes solo son vistos como “trabajadores académicos” que realizarán las diferentes labores que se requieren en cada institución; en muchas ocasiones, este trabajo sobrepasa o bordea los límites de lo racional, nada rara es la manipulación que en muchos casos se debe tolerar. El sistema dispone del tiempo de los residentes, los obliga a renunciar a su vida extrahospitalaria y al final, es un sistema que se perpetúa año con año, en donde los que en algún momento fueron los explotados se convertirán al final de su entrenamiento en los explotadores. Una enfermiza relación de poder se gesta frecuentemente entre los diferentes niveles de residentes y médicos, permitiendo abusos difíciles de entender. Los médicos adscritos, las autoridades, así como muchas “universidades de prestigio” que avalan los cursos no necesitan de mucha ayuda para “voltear la cara a otro lado”, ellos son los principales instigadores, por omisión o promoción, de un apartheid académico. Creer que ese sistema está formando (aleccionando) a los futuros profesionales de la salud que el país requiere es una ilusión, en la realidad se trata de una especie de “Gulag académico”.
Otro segmento que no se puede pasar por alto son aquellos “centros académicos” en donde, independientemente del trato que reciben los residentes, la enseñanza es altamente deficiente o inexistente, esos centros están formando especialistas con múltiples limitantes, engañan a los residentes con una promesa de formación inexistente y ponen en riesgo a los pacientes (el silencio de los encargados de enseñanza de cada hospital y de las “universidades de prestigio” que avalan esos hospitales los hacen cómplices del engaño).
Más allá del trabajo y la parte asistencial de la residencia, cada centro y cada médico involucrado en la formación académica debería tener claro cuál es el objetivo y las metas en la formación de un especialista y cuáles son las mejores herramientas que se pueden utilizar durante el proceso; sin embargo, esa no es la realidad, los responsables en cada centro cuentan con una formación en salud, pero generalmente carecen de entrenamiento o capacitación en educación (ni hablar de lo alejadas y poco interesadas que están muchas de las universidades que certifican los cursos en cada hospital). Desde hace muchos años nos hemos perdido en el complejo camino de la enseñanza; la incorporación de los avances y los cambios en los modelos educativos difícilmente se incorporan a la enseñanza del día a día. Tradicionalmente, al médico con la mayor capacidad para memorizar la información, citar los datos numéricos o el nombre de un artículo durante un examen o pase de visita, así como soportar toda la carga de trabajo que se le indicara, se le consideraba como un “residente prototipo y ejemplar”; en el otro extremo, a la capacidad de análisis, el desarrollo personal, la interacción con sus compañeros o pacientes, la responsabilidad u otros factores, se les da un peso menor en la mayoría de los casos (la actualización de los programas educativos está migrando para dar un mayor peso a estos últimos valores).
Uno de los problemas a los que se enfrentan frecuentemente los residentes es el hecho de que la capacidad de analizar y cuestionar la información, así como de generar una opinión propia, ya sea contraria a lo que los “maestros” consideran una verdad, no necesariamente es parte central de la formación en los hospitales. Inexplicablemente, la capacidad de generar una opinión propia y hacernos “pensar” se debería de promover durante los primeros años de la educación, no en la parte final de la misma como habitualmente sucede, desnudando los problemas y limitantes de nuestro sistema educativo.
Responder que se busca formar al “mejor médico” es una afirmación vaga y de poca utilidad. Cada uno de los centros debería preguntarse qué es lo que busca al formar un especialista en oncología, la lista de respuestas puede ser amplia y variaría de acuerdo a las condiciones de cada hospital y su población. Tener esto claro promovería que cada centro pudiera hacer una oferta abierta a los aspirantes a residencia, informando la oferta académica y no académica; al final, los médicos trabajamos con seres humanos, el fino equilibrio entre los conocimientos y el desarrollo humano no es fácil de lograr, pero estamos obligados a buscarlo.
El pasado primero de marzo empezó un nuevo ciclo en la noria de la residencia oncológica, espero que los centros hospitalarios, las universidades y los profesionales de la salud tengan capacidad de autocrítica para implementar los cambios necesarios, buscando que este nuevo ciclo sea mejor que los anteriores, aunque esto implique dejar en el pasado conductas, prácticas y tradiciones que poco ayudan al proceso formativo.
Dr. Fernando Aldaco Sarvide
Oncólogo Médico
Ciudad de México, México
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