Cuando hablamos de cáncer y acceso a la salud, son múltiples los retos a los que nos enfrentamos. Uno de los retos de mayor peso, que hasta el momento no está resuelto, es una atención médica de calidad en la que todos los pacientes tengan acceso a personal médico capacitado, instalaciones adecuadas, así como a las mejores opciones terapéuticas disponibles. En el mundo real, sin importar si hablamos de un país desarrollado, en vías de desarrollo, de un modelo de medicina pública o privada, el costo de la atención del cáncer impone restricciones que se traducen en limitaciones en la atención médica, seguidas de una “estela” de destrucción financiera en las personas o los sistemas de salud.
La calidad de la atención en cáncer es directamente proporcional a la inversión y/o gasto en salud que desembolsa el Estado o las personas (de acuerdo con el sistema de salud en que se encuentra cada paciente), esto no implica necesariamente que los países que más gastan en salud tengan el mejor sistema o que países con menores gastos no tengan una administración altamente eficiente. Si uno observa el gasto en salud como porcentaje del PIB podrá ver claramente que los países que más gastan tienen los mejores sistemas de salud, mientras que los que menos gastan tienen un sistema con múltiples deficiencias. De acuerdo con datos del Banco Mundial, en países con ingresos bajos/medianos el gasto como porcentaje del PIB es del 3.7%; mientras que en países de altos ingresos es del 12.5%. [1] Quizás el ejemplo más llamativo de lo que significa un exceso es Estados Unidos, país con un sistema de salud basado predominantemente en la medicina privada en donde se estima que el gasto destinado a la atención al cáncer durante el año 2020 será de 173,000 millones de dólares (USD). [2] Este gasto descomunal explica parcialmente (y en gran medida) el incesante incremento en los costos de cualquier tecnología existente o nueva destinada a la atención de los pacientes. Ahora bien, independientemente de lo anterior, lo que debemos entender es que la salud tiene un costo, ya sea que lo pague la sociedad (vía un sistema de salud público), una empresa/persona (vía una aseguradora privada o gasto directo) o de forma hibrida. No existen los tratamientos gratuitos, eso es solo una idea que tienen muchas personas, pero al final alguien tendrá que pagar los costos.
La escalada en los gastos y las limitantes presupuestarias han obligado a los países a buscar diferentes modelos con el objetivo de (administrar) maximizar el presupuesto y ofrecer los mejores resultados por cada unidad monetaria invertida ante lo que se podría considerar “un barril sin fondo”. El Instituto Nacional para la Excelencia en Salud y Atención (NICE, por sus siglas en inglés) es probablemente uno de los modelos más conocidos en el mundo. Las guías NICE son frecuentemente referenciadas y utilizadas como uno de los modelos a seguir en diferentes países. Debemos tener en cuenta que las aprobaciones por NICE se basan en un modelo enfocado en cuánto se gasta y qué se gana, buscando un punto de equilibrio; es decir, hace evaluaciones económicas-clínicas. Si bien esta evaluación es de gran ayuda y en teoría nos aporta “la mejor” opción con una perspectiva económica, no necesariamente significa que los pacientes tienen acceso a los mejores tratamientos; se logra un beneficio del sistema y de la sociedad, pero se “sacrifica” al individuo. En todo caso, se debe entender que este modelo está diseñado para la población de Inglaterra y Gales, el modelo puede ser adaptado en otros países, pero las aprobaciones y/o recomendaciones no se deben extrapolar. El modelo NICE está enfocado, en términos generales, en administrar el acceso a tratamientos; el espectro de atención en salud es mucho mayor, debemos tener en cuenta la necesidad presupuestaria para contar con profesionales de la salud, instalaciones adecuadas, equipo médico, equipos de laboratorio, biomédicas y biología molecular, apoyo en la logística de los pacientes, etcétera, etcétera.
Desde el punto de vista de los fármacos, las empresas se han vuelto ineficientes en generar nuevas opciones terapéuticas a precios accesibles o modelos económicos rentables en beneficio de todos. Si bien los nuevos fármacos han cambiado de forma radical el tratamiento del cáncer, incrementando la expectativa de vida de los pacientes, en algunas ocasiones los beneficios de una nueva tecnología son limitados y difícilmente se podrían justificar desde el punto de vista de un gasto en salud. Modelos de riesgos compartidos, impacto presupuestal, etcétera, buscan reducir el impacto económico y favorecer el acceso a los tratamientos; lamentablemente, son insuficientes.
Si seguimos por la misma ruta, cientos de miles de personas no tendrán un acceso adecuado, optar por un acceso mínimo sería lo deseable como un paso inicial, pero no como un fin. No debemos olvidar que la salud tiene un costo, cada sociedad debe entender que se requiere de grandes recursos para atender la salud, sin olvidar la necesidad de una administración adecuada, maximizando cada unidad monetaria invertida. Con lo que tenemos actualmente no alcanza, el modelo global con el que hemos trabajado en las últimas décadas a nivel mundial solo administra el problema económico del cáncer, no lo resuelve, es urgente generar nuevos modelos para acceder a soluciones reales; de lo contrario, el acceso a la salud universal será solo una utopía más para la mayoría de los pacientes.
Referencias:
Dr. Fernando Aldaco Sarvide
Oncólogo Médico
Ciudad de México, México
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