Junio 27, 2025
No todo es ciencia
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Septiembre 7, 2023

No todo es ciencia

Septiembre 7, 2023

En la medicina moderna, principalmente en la oncología, los avances tecnológicos son abrumadores. Estos avances han convertido gran parte de la práctica clínica en evaluaciones técnicas de marcadores tumorales o resultados de modernos estudios, sin embargo e independientemente de esto, la relación médico-paciente sigue siendo el pilar de la medicina. Esta relación se ha vuelto compleja y difícil por diversas situaciones: problemas de comunicación, saturación de los servicios de salud o aspectos legales, por citar algunos ejemplos. La medicina se ha vuelto en muchas ocasiones una práctica defensiva facilitando un distanciamiento entre ambas partes y pareciera que este problema se agudizará durante los próximos años. Otro de los aspectos que debemos tener en cuenta es esa barrera que se genera entre los médicos y los pacientes (difícil de delimitar) para mantener separado la parte profesional de otros aspectos.

Dentro de esta relación médico-paciente, los oncólogos que nos dedicamos a la práctica clínica hemos desarrollado a lo largo del tiempo una especie de “escudo protector” contra el sufrimiento que produce el cáncer en las personas. No se trata de una actitud de indiferencia o algo similar, sino que es un fenómeno de defensa mediante el cual generamos un sistema de resistencia ante la desgracia que produce la enfermedad. Es impensable sufrir y absorber por completo la tragedia de cada uno de nuestros pacientes, hasta la empatía tiene un límite. Esta “coraza” nos permite en la práctica diaria tomar decisiones objetivas en beneficio de cada uno de nuestros pacientes así como mantener la “salud mental” ante el sufrimiento que producen las neoplasias y sus tratamientos. La elevada tasa de oncólogos que sufren o sufrieron burnout es un claro ejemplo de esta situación.

Independientemente de este “escudo protector”, gran parte de nuestro tiempo profesional lo vivimos dentro de una burbuja apartada del consultorio, nuestra percepción del cáncer está fuera de la atención cara a cara; nuestros pensamientos y acciones giran en torno a eventos o datos publicados en revistas internacionales, asistencia a congresos, clases de oncología, reuniones académicas, discusiones de casos clínicos, evaluación de estudios de imagen, resultados de estudios moleculares, análisis estadísticos, evaluaciones de tasa de respuesta, supervivencia libre de progresión, supervivencia global, toxicidad de los tratamientos utilizados o proyectos de investigación, entre otros. Fuera de esta burbuja académica o de egos, la realidad que viven los pacientes día a día nos debería regresar a la parte esencial de ser médicos. No podemos pasar por alto u olvidar que el cáncer es una tragedia para todos, afecta a los pacientes y su familia, y viene acompañado de muchos otros problemas que pueden llegar a ser infranqueables; por ejemplo, la imposibilidad de tener acceso al mejor tratamiento disponible, la quiebra o crisis económica personal y familiar, por mencionar algunos. El desastre que se produce es como una onda de choque que consume al paciente, la familia y el entorno cercano. Para los oncólogos este sufrimiento frecuentemente se limita al tiempo que dura una consulta o un pase de visita, sin embargo, la tragedia del cáncer es como un huracán que lo arrasa todo a su paso, dentro y fuera del consultorio.

¿Cuándo regresamos a la realidad? Pareciera que caminamos en la oscuridad incapaces de sentir el maremágnum de dolor, tristeza y desesperanza que nos rodea día a día. Acostumbrados a vivir el sufrimiento que produce el cáncer y mantener nuestro “escudo protector” activo todo el tiempo, en ocasiones, cada determinado tiempo, aparece una paciente o paciente que por diferentes motivos nos saca de esa burbuja, nos quita el escudo protector y nos regresa a la realidad, ese sitio donde los títulos, reconocimientos, publicaciones, años de estudios o prestigio no son de mucha utilidad. Momentos que nos recuerda quien es “El emperador de todos los males”, que nos hace vulnerables ante el sufrimiento del cáncer y las secuelas de los tratamientos, que nos recuerda que somos seres humanos y que no somos insensibles ante la pena o la muerte de los pacientes, que nos golpea cuando vemos la forma en que nuestros pacientes se desgastan o ven cortada una vida.

Dr. Fernando Aldaco Sarvide
Oncólogo Médico
Ciudad de México, México